Trabajar la Esperanza

Este año no ha empezado como yo esperaba.

Bueno, en realidad, el año pasado ya fue un poco «plof».

 

Tenía la sensación de que iba a ser la caña, que iba a ser un año increíble… y no lo fue. Fue un año de curvas, de cosas que no salieron como yo pensaba, de algún que otro bajón. Y claro, arrancar este nuevo año con ilusión ha sido un reto.

 

Porque cuando las cosas no salen como quieres, es fácil entrar en modo «bueno, pues ya está, total, para qué».

 

Y entonces… me tocó tomar mi propia medicina

 

Para los que no lo sabéis, llevo un tiempo con un proyecto que se llama «Trabajando Esperanza».

Un proyecto en el que hablo, entre otras cosas, de cómo la esperanza es algo que se trabaja, que se cultiva, que se construye.

 

Y entonces… me vi a mí misma, con cero ganas de hacer nada,

 con esa sensación de “todo va cuesta arriba” y pensé:
«Muy bien, Noemí, te pasas la vida diciendo a los demás que hay que trabajar la esperanza… ahora te toca a ti.»

 

Así que, me puse manos a la obra.

 

No porque de repente me sintiera motivada y llena de energía.
No porque mágicamente todo se solucionara.
Sino porque tenía claro que o me ponía en marcha, o la apatía me iba a comer.

 

Y el primer paso fue simple: hacer un planning.


Sí, un planning de esos con días, tareas y objetivos.

  • Lunes: Trabajo de mañana, escribir un rato, revisar emails sin agobiarme.
  • Martes: Vídeos, guiones, estructurar ideas, sin dispersarme (o intentarlo).
  • Miércoles: Proyecto X, reuniones y, por la tarde, algo de lectura.
  • Jueves: Radio, escribir el blog (¡hola!), responder mensajes.
  • Viernes: Trabajo más ligero, planificar la siguiente semana, y si todo va bien… dormir siesta (ojalá).
 

No os voy a mentir. Lo estoy cumpliendo solo regular, tirando a mal.
Pero hacer este planning me sacó del bucle de agobio y de malos rollos.


Porque, aunque no siempre lo siga al pie de la letra, ya no me siento a la deriva.

 

La esperanza es una virtud (y como toda virtud, se entrena)

 

No sé si lo sabéis, pero la esperanza no es solo un sentimiento bonito. Es una virtud teologal.
Está ahí, y como todas las virtudes, se puede y se debe pedir y trabajar.

 

Hay días en los que la esperanza parece un fuego encendido y otros en los que cuesta incluso verla. Pero es en esos días cuando más hay que poner de nuestra parte.

Porque sí, Dios puede hacer milagros, pero la mayor parte de las veces, te necesita a ti para hacerlos.

 

Así que… ¿trabajamos la esperanza?

 

Si os sentís un poco «plof», si este año no ha empezado con fuegos artificiales, si os cuesta ver la luz al final del túnel… dad el primer paso.

A veces basta con organizarse un poco. Con hacer un plan. Con decidir que vamos a seguir avanzando aunque no sintamos esa energía arrolladora.

Porque la esperanza no es solo para los días buenos. Es para los días en los que parece que no tiene sentido.

Yo este año he decidido trabajarla. ¿Y vosotros?

 

Nos leemos pronto.

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