No soy teóloga, y no pretendo serlo. Pero como creyente, y como mujer de Iglesia, observo. Escucho. Y también me emociono.
Desde su elección, hay algo en el nuevo Papa, León XIV, que me ha tocado. No tanto por lo que ha dicho (aunque eso también irá llegando), sino por los gestos. Esos que, sin necesidad de discursos, ya están diciendo mucho.
Cuando salir revestido también es humildad
El día de su elección, León XIV salió al balcón revestido como marca la tradición: sotana blanca, muceta roja, estola, y después supimos que su anillo del Pescador era de oro. Me gustó. Me pareció un gesto de vuelta a la normalidad. Una afirmación de que no todo necesita ser reinventado para ser verdadero.
La muceta roja, que ha sido tradicionalmente símbolo de la autoridad pontificia y de la caridad pastoral, tiene también un fuerte componente litúrgico: recuerda el servicio, el sacrificio, el amor derramado. No es solo tela. Como el anillo del Pescador, que representa el poder del Papa como sucesor de Pedro y cuyo oro no es un lujo, sino una forma de hacer visible la grandeza del encargo.
No todo gesto “humilde” es más humilde
Y esto lo digo desde el respeto, de verdad, pero también desde la sinceridad: a veces, cuando uno renuncia a determinados símbolos con la intención de ser humilde, sin querer deja en una posición delicada a quienes los asumieron con naturalidad. Como si vestir la dignidad del cargo fuera en sí mismo un gesto de orgullo.
Yo creo que también hay humildad en aceptar lo que toca. En dejar que la forma también hable del fondo, sin necesidad de estar justificándolo todo. No siempre quitarse algo es más humilde que ponerse lo que corresponde. A veces, lo humilde es recibir. Y asumir.
Emocionarse no es debilidad
Otra cosa que me ha gustado, y mucho, es su emotividad. Se le ha visto visiblemente emocionado en varias ocasiones, y eso también es signo. Y eso también es signo. Me gustó verlo vulnerable, tocado por el momento, por el encargo recibido, por el cariño de la gente.
No lo veo como un signo de debilidad. Todo lo contrario. Me conecta con Jesús, que también se emocionaba, que también temblaba, que también lloró. Un Papa sensible es, para mí, un Papa valiente. Porque en un mundo que endurece, conmoverse sigue siendo un acto de fe.
No conozco mucho más de él. Aún. Pero ya en sus primeros pasos, sus gestos me han hablado. Me han hecho bien. Me han recordado que la forma puede ser fondo, que la belleza también evangeliza, y que la sensibilidad también sostiene.
Sigo rezando por él. Y por todos los que, desde dentro, sostienen esta Iglesia que también es mía. Que no pierdan la ternura. Que no dejen de ser signos. Y que, si hace falta llorar, lloren.
Como Jesús. Por amor.

Retrato oficial difundido por el Vaticano del Papa León XIV
«Jesús lloró. Entonces los judíos dijeron: Mirad cómo le amaba»
(Juan 11, 35-36)