Frase de madre: «Yo confío en mi hijo»
El otro día, hablando con otras madres, salió esta frase:
—“Yo confío en mi hijo.”
Y claro, ¿cómo no vas a confiar?
Yo también confío en los míos. De verdad.
Pero eso no quita que los conozca.
Que sepa lo listos que son.
Y que, cuando se trata del móvil, nos llevan tres pueblos de ventaja.
Los adolescentes de hoy han nacido en lo digital. Manejan las redes con una soltura que ni tú ni yo teníamos a su edad. Y saben exactamente qué borrar, qué ocultar y qué enseñar cuando les pides el móvil “para revisar un poco”.
Así que, sí: tú confías… pero ellos saben más.
Y ese es el punto.
No se trata de desconfiar.
Se trata de no ser ingenuos.
Los móviles no deberían llegar tan pronto (y lo sabes)
En casa, los nuestros no tienen móvil hasta los 16.
Y no porque seamos unos radicales, sino porque sabemos lo que implica ese aparatito.
Porque lo hemos vivido.
Y porque educar también es saber decir: “Ahora no toca.”
Y cuando por fin toca, el móvil no es un regalo.
Es un préstamo.
Con normas. Con condiciones.
Con revisiones aleatorias (sí, aleatorias, que si no lo preparan todo antes).
Eso, precisamente, es lo que aparece al final de A Fuego Lento.
Cuando Marta recibe su primer móvil, no le dan solo el aparato. Le dan una carta.
Una que dice, literalmente, que el móvil no es suyo, que puede ser revisado cuando los padres lo consideren, y que si no lo usa bien, se acabó el préstamo.
Y no sabéis cuántos padres me han escrito para decirme que han usado esa carta con sus hijos. Tal cual.
No es control, es acompañamiento
Tenemos mil herramientas: filtros, bloqueos, límites horarios, control parental…
Y sí, todo eso ayuda.
Pero lo más importante sigue siendo nuestra presencia.
Que estemos atentos.
Que hablemos.
Que escuchemos.
Y que, cuando haga falta, cojamos el móvil y miremos.
No para espiar.
Sino para cuidar.
Porque la confianza también se educa.
No llegamos tarde
Y si ya tienen móvil, si te pilló todo esto sin darte cuenta, si sientes que vas por detrás…
Tranquila. Nunca es tarde.
Siempre hay tiempo para sentarse a hablar, para revisar normas, para recuperar la autoridad (sí, esa palabra que a veces da miedo usar).
Porque ser madre o padre no es saberlo todo.
Es atreverse a estar, aunque no sepas bien cómo.
Es poner límites con cariño.
Es decir “no” cuando hace falta.
Es confiar… y acompañar.
Yo no tengo la receta mágica, pero Trabajando Esperanza nace justo de ahí:
de lo que he vivido, de lo que muchos padres vivimos, y de lo que no queremos perder: el vínculo, la fe, y la esperanza de que sí se puede.
Si quieres saber más, charlamos.
Porque a veces no basta con querer hacerlo bien.
Hay que pararse. Escuchar. Aprender.
Y, por supuesto, trabajar la esperanza.